sábado, 11 de julio de 2009

Democracia es democracia, no ideología


La crisis en Honduras demuestra que cualquier interpretación parcializada sobre la democracia es incoherente.

El concepto de democracia ha tenido una constante evolución a través de la historia. Para Aristóteles, por ejemplo, es el gobierno del pueblo que propugna por un bien común, cuando este se desvía de este propósito y se acerca mas al bien personal su forma patológica es la demagogia. Mas adelante, las grandes revoluciones burguesas harían que pensadores del liberalismo clásico europeo como Montesquieu, Rousseau y Locke formularan de forma sui géneris este sistema de gobierno, en donde solo los que para ellos eran “ciudadanos” tenían derecho al voto: el típico hombre blanco, adulto y rico. Tras el final de la II Guerra Mundial y la consiguiente creación de la Naciones Unidas en 1945, se adoptó esta idea como el modelo a seguir en la lucha contra posibles guerras internas y externas en el mundo, y hubo un consenso mayoritario en su aplicación.

De esta manera, la democracia es el fruto máximo de la coherencia política humana, me apego a la clásica afirmación de Aristóteles sobre ella. No hay nada mas hermoso que un pueblo que es libre de elegir a quienes lo van a gobernar, quienes en ultimas, y en representación de él, van a tomar decisiones vitales para el futuro de toda una sociedad. No es pues, un sistema que a punta de violencia y derrame de sangre se ha tomado todas las ramas del poder, sino que tiene un apoyo legitimo en mayorías que le garantiza que por un periodo ya constituido por esa misma sociedad va a poder gobernar, es por eso que para mi garantiza la paz.

Es un sistema que pone límites a cada uno de sus planteamientos, por ello, es capaz de dividir el poder público (el legislativo, el ejecutivo y el judicial) y garantizar que en vez de choques, halla una cordial subsistencia entre sus divisiones. Limita a si mismo, el poder de quienes personifican estos poderes, tanto es su accionar como en su permanencia en éste, por eso es vital que se cumpla en una democracia moderna el principio de alternancia (personas o ideas), si es que el pueblo en su conjunto así lo desea.

Por eso, cuando en los últimos años vemos como líderes latinoamericanos golpean la democracia tan profundamente, a los demócratas nos duele mucho. Pero duele aún más, que muchos líderes en opinión al momento de comentar sobre estos golpes no lo hagan teniendo en cuenta que la democracia, conforme a lo que acabamos de decir, no es una ideología, es decir, no podemos hablar de una “democracia conservadora”, o de una “democracia liberal”, o de una “democracia socialista” o de una “democracia comunista” o de una “democracia neoliberal”, ¡no!, la democracia es democracia, ella, aunque fue tratada por muchos liberales clásicos no puede estar subscrita a ninguna parcialidad, ella, por lo tanto, debe ser una idea tan general y clara como la paz, el bien, el sufrimiento o el Estado; y como tal debe ser analizado.

La crisis en Honduras demuestra nuevamente esta parcialidad al momento de analizar un hecho político que involucra a la democracia. Mientras que para unos “es una nueva movida del imperialismo, que apoya a una bandada de golpistas en contra de un dirigente intachable como Zelaya”, para otros “es un merecido castigo para un hombre que quería perpetuarse en el poder y extender los tentáculos del chavismo por el continente”.

Para mí, ninguna de estas interpretaciones es capaz de describir de forma correcta lo acontecido en este país centroamericano. Según lo que he podido escuchar en los medios informativos, hace ya varios meses Zelaya estaba promoviendo un referendo para reelegirse, – victima del virus reeleccionitis que afecta a muchos mandatarios de la región – el cual no fue aceptado por la Corte Suprema de ese país que lo declaro ilegal, así que Zelaya propuso una nueva consulta a la que llamo “encuesta” en la que se le preguntaría al pueblo si quería que se convocara a una Asamblea Nacional Constituyente, y fue preciso en este intento donde, en el día de esas elecciones, hombres de las fuerzas militares lo expulsaron del país hacia Costa Rica, lo que es a leguas es un golpe de Estado.

De lo anterior tengo los siguientes comentarios: primero, sigo con mi tesis de que la reelección como tal no perjudica la esencia de la democracia, ya que permite al pueblo premiar o castigar la labor realizada por ese mandatario, lo que es un excelente control político directo en las manos del constituyente primario; eso si, esa reelección debe estar condicionada no solo por un tiempo medio que permita la alternancia en el poder y la continuidad de las ideas y no de las personas, sino que también por un contexto constitucional que no permita que con esa reelección ese mandatario pueda obtener un poder desmesurado. Así pues, si el pueblo hondureño hubiera legitimado la reelección de Zelaya, este, a mi forma de ver no hubiera golpeado la democracia de ese país, lo hubiera hecho si no cumple estas condiciones (eso si lo de la “encuesta” es muy sospechoso, ya que las ultimas Asambleas Nacionales Constituyentes en la región le han otorgado constituciones de bolsillo en materia política a sus respectivos mandatarios de turno, lo que es un irrespeto a la democracia).

Segundo, es bien claro que en esas ansias reeleccionista, Zelaya adquirió un gran estilo populista que lo llevaría a intentar polarizar a la sociedad hondureña, así, quien no estaba de acuerdo con lo que el proponía era simplemente amigo de las oligarquías, este estilo lo llevo a rechazar la sentencia de la Corte Suprema de Justicia, quienes simplemente estaban haciendo cumplir la constitución y la ley, pero que, a los ojos de Zelaya, era una expresión política de oposición y no una jurídica de Derecho.

Y tercero, la comunidad internacional hizo muy bien al no reconocer a un gobierno impuesto por la fuerza y no por la voluntad del pueblo hondureño. Sin importar los hechos que antecedieron a este golpe de Estado, Manuel Zelaya no ha terminado su periodo constitucional para el cual fue elegido por la mayoría del pueblo y por lo cual su gobierno es legitimo y no lo es el de Michelleti. En este proceso, por lo tanto, no se pueden exigir condicionamiento al regreso de Zelaya a la presidencia. Sí es el pueblo el que quiere que el no siga en el poder, será este con la bandera de su poder soberano el que en las elecciones del próximo mes de Noviembre dispondrá mediante mayorías un nuevo mandatario y no el Congreso de esa República.

Del rechazo unánime no solo a este golpe de Estado sino a cualquier abuso del poder de cualquier líder populista o caudillista, dependerá el futuro de la democracia en América Latina

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